“Escribir es reescribir.” (Atribuido a Borges, Brandeis, Hemingway, Flaubert)
Las cosas casi nunca salen bien de entrada. Tampoco la redacción jurídica. De ahí la necesidad de revisar lo que uno ha escrito. Un texto sin revisar puede ser un producto mediocre en el mejor de los casos, y un auténtico desastre si ve la luz plagado de errores.
¿Qué significa “revisar”? Según el DRAE, es “someter una cosa a nuevo examen para corregirla, enmendarla o repararla”. En realidad, es examinar lo que hemos escrito para encontrar la diferencia entre lo que queríamos decir y lo que efectivamente dijimos. Es la oportunidad de pulir, mejorar, refinar, editar y, si hace falta, reescribir una versión anterior.
Quien revisa su propio texto adopta una personalidad múltiple. Por un lado, debe ponerse en la piel -en realidad, en la cabeza- del lector, para ver las cosas como las vería este. También tiene que mirar la obra como si hubiera sido escrita por un tercero, es decir, como si fuera ajena. Y sin embargo, nunca deja de ser el autor, de modo que revisa, analiza y corrige como si el escrito fuera propio, y al mismo tiempo ajeno, y además como si nunca lo hubiera visto antes.
¿Qué se revisa? Todo. Hay que revisitar lo que se proyectó y lo que se hizo. Si bien en materia redacción no hay una única forma de decir las cosas, sino millones de maneras distintas de decir lo mismo, también existen muchísimas posibilidades de error, y hay que vigilar y remediar todas ellas. El control recae básicamente sobre cinco aspectos:
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- lo que se dijo: contenido, datos, información, argumentos
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- cómo se dijo lo que se dijo: claridad, coherencia, tono, estilo
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- cómo se presentó lo que se dijo: estética del texto – formateo, tipo y tamaño de letra, márgenes, etc.
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- cuestiones gramaticales: concordancias, tiempos verbales, etc.
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- corrección de pruebas: proofreading, principalmente errores de tipeo
Empezar por el principio: plan de labor
Lo primero es asignar el tiempo destinado para revisar el texto: así como la redacción lleva días y horas, su revisión también lleva días, o por lo menos horas. Son dos etapas distintas, ambas indispensables, de un procedimiento único para producir un escrito de calidad.
Luego hay que decidir si se harán varias “pasadas” de revisión y qué se analizará en cada una de ellas. Por lo general, es aconsejable hacer varias recorridas del texto, examinando distintos aspectos en cada una de ellas. De entrada, conviene hacer un rápido reconocimiento general destinado a las cuestiones estructurales más visibles (numeración y titulación de capítulos, consistencia entre objeto y petitorio o entre introducción y conclusión, identidad de estilo en las citas, etc.). A continuación hay que revisar los puntos señalados más arriba (qué se dijo, cómo se dijo, etc.).
Naturalmente, también puede ocurrir que una pasada centrada en un aspecto detecte un error correspondiente a otro; si eso sucede hay que efectuar la corrección inmediatamente, y no dejarla para cuando “le toque el turno”, pues siempre existe el riesgo de que en una revisión ulterior ese error pase inadvertido.
Control de contenido: qué decimos
Hay que examinar la exactitud de lo que se dijo, y no me refiero aquí solamente a la veracidad de los dichos. Por supuesto que se debe controlar la narrativa de los hechos y la precisión de los datos, pero también es necesario analizar la exposición de los argumentos, los postulados, los razonamientos, las conclusiones.
¿Dijimos lo que queríamos o debíamos decir? ¿Hay algo de más, falta algo, qué? ¿Hay cuestiones que fueron planteadas y no fueron atendidas, desarrolladas o resueltas? ¿Estamos cumpliendo lo que prometimos al cliente, estamos respetando sus instrucciones?
Control de claridad: cómo decimos lo que decimos
Una vez que verificamos que dijimos todo lo que queríamos decir, es necesario comprobar si lo hicimos cómo correspondía, es decir si las formas expresivas usadas fueron idóneas para alcanzar el fin perseguido. Aquí es indispensable siempre tener en cuenta el destinatario -juez, cliente, lector, público (lego, alumno, especializado), contraparte (lego o versado), perito- porque cada interlocutor define un tipo de texto distinto: persuasivo, analítico, didáctico, informativo, normativo, etc.
Los principales “pecados” que conspiran contra la claridad de la redacción son estos:
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- falta de cohesión: el texto no gira en torno a una idea central
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- falta de coherencia: hay contradicciones no salvadas entre distintas partes de un mismo escrito
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- fallas de transición entre distintos pasajes (avance de un hecho a otro, subordinación de un argumento a otro, etc.)
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- ambigüedades (¿“el crimen de Juan” se refiere a Juan como víctima o como victimario?)
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- oraciones y párrafos excesivamente largos
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- oscuridades varias: empleo innecesario de la voz pasiva (solo en aras de la solemnidad y no para destacar la acción o su resultado), frases hechas, palabras rebuscadas, abstracciones incomprensibles, adverbios innecesarios, negaciones dobles, repeticiones que no sirven a un propósito retórico (énfasis)
Otro aspecto a tener en cuenta es el tono y el estilo empleados. En general, el tono es el matiz, color y calor que se imprime al texto, mientras que el estilo apunta más a su estructura. Así, el tono alude a la calidad emocional y el estilo a la composición del texto. No siempre es fácil distinguirlos, y la mejor manera para reconocerlos es a través de sus calificativos: el tono puede ser solemne, serio, agresivo, frío, distante, analítico, coloquial, etc.; y el estilo puede ser sencillo, complejo, estructurado, ampuloso, llano, etc.
Aquí lo importante es retener que el autor debe conservar el control de estos dos aspectos, sin dejarse llevar por el entusiasmo (tono) y sin perderse en un fárrago de detalles (estilo). En otras palabras, si quiere adoptar un tono quejumbroso, épico o patético, que lo haga por designio y no por descontrol; lo mismo si quiere prefiere un estilo llano.
Cómo presentamos el texto
La presentación también hace a la legibilidad del texto, del mismo modo como su contenido. Lo que resulta difícil de leer por defectos de formato, directamente no se lee o se lee con menos interés o atención, y así se pueden perder las razones más persuasivas y los análisis más agudos.
Se trata aquí de todo lo visual: tipo de letra, tamaño de la letra, espaciado, empleo de mayúsculas, minúsculas, negritas, cursivas y subrayados, tamaño de la hoja, márgenes; en fin, todo lo que afecte la forma en que el lector percibe lo que ve.
En este punto hay dos principios que deben ser observados: discreción y coherencia.
Los procesadores de texto ponen a disposición de los autores un sinfín de recursos visuales que antes, en la era de la máquina de escribir, solamente estaban al alcance de tipógrafos profesionales. Pero con esta riqueza también vino el riesgo de sobreutilizar todos estos medios, oscureciendo el mensaje con una multiplicidad de subrayados, cursivas, negritas, colores y letras variadas y escaladas. En materia de formateo, menos es más, y sobre todo, es más legible y más conveniente.
Y no solo es indispensable ser sobrio con los medios para formatear el texto, sino que también se los debe usar coherentemente. Esto significa, por ejemplo, que si se presenta una lista ordinal con letras seguidas de un paréntesis de cierre, como a), b), c), etc., no se debe luego usar otra lista del mismo tipo pero con números seguidos de puntos (1., 2., 3.). Y si la lista no expresa un orden, entonces se pueden usar las viñetas (bullets), pero manteniendo la misma grafía en las distintas enumeraciones.
Cuestiones gramaticales
La revisión gramatical comprende tantas cuestiones como las que abarca la gramática. Escuetamente, en un texto legal las principales son las siguientes:
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- las concordancias entre sujeto y verbo (persona y número) y entre sustantivo, adjetivo y pronombre (género y número)
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- los tiempos verbales con respecto a los hechos relatados (o las referencias al mismo escrito, el expediente o el proceso) y la consistencia de la forma en que se los emplea
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- ortografía y puntuación
Los errores gramaticales, y particularmente los de ortografía y puntuación, pueden conducir a que el autor pierda autoridad y con ella su credibilidad. Un clásico es poner una coma entre el sujeto y el verbo (“la demandada, reconoció la deuda”); también, omitir el punto al final de una oración o las comillas o los paréntesis de cierre.
Proofreading
También es indispensable la revisión de las pruebas, como la vieja corrección de las pruebas de galera en las imprentas, principalmente para detectar errores de mecanografiado. Es una de las tareas más tediosas de la edición de textos, pero no por ello deja de ser importante, dado que también estas faltas, aun cuando no incidan sobre el contenido, proyectan una imagen de descuido que se puede extender al texto y hasta a su autor.
Si bien los procesadores de texto detectan muchos errores de mecanografiado, no pescan todos, y no se puede dejar de hacer el viejo control “a ojo”. En este procedimiento de revisión no hay que enfocarse tanto en el sentido del texto sino, casi mecánicamente, en cada renglón e incluso en cada palabra, para ver si hay un error. No es fácil, porque hay una tendencia detenerse en el contenido y el significado, y en esa operación a menudo se salvan los errores mentalmente pero no sobre el papel (o la pantalla).
Dejar de corregir
Para el autor concienzudo, dejar de revisar un texto es un momento difícil, pero por lo general la tiranía de los plazos le pone fin a la revisión.
Cuando ese límite no existe o no se ha alcanzado, de todos modos llega un momento en que hay que abandonar la tarea. Ello ocurre cuando por hastío o cansancio ya no se advierten los errores, o hay un rendimiento decreciente en la capacidad para percibirlos, o, finalmente, cuando el corrector empieza a bascular entre dos versiones sustancialmente iguales, por ejemplo pasando de “sin embargo” a “no obstante”, y luego volviendo a “sin embargo”. El punto final no es solamente una cuestión gramatical.
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