“La Historia me absolverá”, la frase con la que Fidel Castro cerró en 1953 su defensa en el proceso que se le seguía por el asalto al Cuartel Moncada, probablemente sea el alegato más famoso de la retórica jurídica. Transformó al juicio en un estrado político, apeló a una corte superior al tribunal que lo estaba juzgado, se convirtió en el título de un manifiesto revolucionario y, de hecho, es estudiada como un ejemplo de oratoria potente y memorable. ¿Cómo llegó a esa frase?
Antecedentes
El proceso tuvo lugar el 16 de octubre de 1953, en la pequeña sala de enfermeras en un hospital cercano al Moncada. Allí, Castro asumió su propia defensa con un alegato en el cual pronunció su célebre conclusión. Se lo acusaba de haber liderado el ataque del 26 de julio de 1953 contra los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
Interrogado si había liderado ese ataque y si su objetivo era derrocar al gobierno, respondió afirmativamente. Entonces el fiscal, en una exposición de apenas dos minutos, solicitó que al acusado de le aplicara la pena máxima de 20 años, dado que había admitido su culpa. Castro replicó que dos minutos no bastaban para justificar el encierro de una persona por casi un cuarto de siglo y pidió se le permitiera una defensa completa y sin interrupciones.
Así comenzó una exposición que según unas fuentes duró dos horas y según otras, cuatro. Castro justificó el ataque a los cuarteles invocando los ideales del prócer cubano José Martí, a quien denominó el “autor intelectual” de la acción. También condenó el golpe de estado que había dado Batista en 1952 y la brutal represión contra los atacantes, y abordó temas como la reforma agraria y otras cuestiones sociales.
Este alegato fue luego reconstruido de memoria y publicada en 1954 bajo el título “La Historia me absolverá”. Con el tiempo, el texto se transformó en el manifiesto de la Revolución Cubana y un paradigma de la retórica.
¿Fidelidad, retoque?
La exactitud de esa reconstrucción fue puesta en duda. Se señaló que la versión original había sido significativamente retocada. En particular, se le objetó que el famoso remate “Condenadme, no importa, la Historia me absolverá” jamás había sido dicho en el alegato de 1953, y que, en realidad, Castro había culminado su defensa diciendo “La Historia, definitivamente, lo dirá todo”.
A pesar de las precarias condiciones del juicio, una periodista, Marta Rojas, había presenciado el juicio y tomado notas. Su versión fue publicada en la revista Bohemia el 27 de diciembre de 1953, e incluía esa frase “la Historia, definitivamente, lo dirá todo”. Años después, Rojas afirmó que su crónica había sido alterada por la censura impuesta por el régimen de Batista. Sin embargo, la censura de prensa había sido revocada el 24 de octubre de ese año, dos meses antes de la publicación.
¿Creación, casualidad, copia?
Otra observación, bastante más incómoda, es que el famoso remate se parece mucho al alegato final de Adolfo Hitler en el proceso que en 1924 lo había juzgado por el “putsch de la cervecería” del año anterior. En esa ocasión, haciendo uso del derecho que los acusados tenían de dirigirse al tribunal antes de que éste pronunciara su sentencia, Hitler dijo “pueden declararnos culpables mil veces, pero la diosa del juicio eterno de la justicia sonriendo destrozará la petición del fiscal y la sentencia del tribunal: porque nos absolverá”. Como se advierte, hay bastante semejanza entre “la diosa del juicio eterno de la justicia (…) nos absolverá” y “la Historia me absolverá”.
No es esa la única coincidencia. La estructura retórica de los planteos fue similar, ambos acusados se presentaron como visionarios actuando en defensa de la patria, invirtieron los roles enjuiciando al sistema político, al gobierno y al propio tribunal, transformaron el proceso en una tribuna política y para los dos, pese a ser condenados, sus respectivos juicios fueron un resonante éxito de propaganda política. Hay, por supuesto, grandes diferencias en los respectivos enfoques y principios: la carga nacionalista y antisemita en Hitler, el antiimperialismo, la justicia social y las reformas socioeconómicas en Castro.
¿Hubo copia, imitación, préstamo por parte de Castro, del alegato hitleriano de casi exactamente 30 años antes? Quienes lo odian, sostienen que hubo todo eso. Quienes lo aman, directamente ni tocan el punto. A favor de la copia están todas las circunstancias señaladas: de lo contrario, sería un caso de coincidencia milagrosa. Sin embargo, no hay ninguna evidencia dura de que haya existido tal copia y, además, es improbable que el alegato de Hitler fuera muy conocido en la Cuba de los años ’50; de hecho, tampoco lo es hoy, pese a los omniscientes buscadores de internet. También es plausible que el planteo compartido por los dos acusados, según el cual el derecho de resistencia a la opresión prevalece por sobre de las leyes de un régimen injusto, conduzca al mismo cierre retórico.
En el fondo, importa poco si hubo copia o casualidad: en todo caso, bueno, malo o pésimo, el manifiesto “La Historia me absolverá” expresa el pensamiento de Castro (por lo menos, el que exponía en 1954) y de hecho ha tenido un enorme reconocimiento tanto político como retórico.
Otras frases célebres
A lo largo de la historia ha habido varias otras frases que han tenido un gran impacto retórico, aunque no estuvieran necesariamente confinadas dentro de los límites estrictos de un proceso judicial. Veamos algunas:
- “Luis debe morir porque la patria debe vivir” (Maximilien Robespierre, ante la Convención Nacional que decidiría la ejecución de Luis XVI, en 1792)
- “Yo acuso” (Émile Zola, Carta abierta publicada el 13 de enero de 1898 en el diario L’Aurore dirigida al presidente de Francia y acusando a su gobierno de antisemitismo y de haber encarcelado ilegalmente a Alfred Dreyfus, un oficial condenado a cadena perpetua por espionaje; aunque no fue parte de un alegato en juicio, sí fue una intervención jurídica que condujo a la revisión del caso y al indulto y la rehabilitación de Dreyfus)
- “He luchado contra la dominación blanca, y he luchado conta la dominación negra. (…) Es un ideal por el cual estoy preparado para morir.” (Nelson Mandela, 20 de abril de 1963, alegato en el proceso de Rivonia)
- “Hay una institución humana que hace que un mendigo sea igual a un Rockefeller, que el hombre estúpido sea igual a un Einstein y que el hombre ignorante sea igual a cualquier presidente de universidad. Esa institución, señores, es un tribunal.” (Atticus Finch, Matar a un ruiseñor, Harper Lee, ficción basada en hechos reales)
¿Por qué estas frases impactan?
¿Por qué estas frases -y muchas otras- llegaron a ser icónicas? ¿Fue por su resonancia, por el juego de palabras, por su ingenio? ¿Fue por su capacidad para encapsular un razonamiento jurídico, caracterizar axiológicamente un caso o expresar contundentemente la solución más justa? ¿O fue por la importancia histórica, contemporánea o sobreviniente, de los personajes y hechos involucrados?
Se advierte, por de pronto, que la mayoría de los hechos consignados en estos ejemplos son fundamentalmente políticos, independientemente del conflicto jurídico al que se refieren. Y el impacto de los enunciados es mucho más ético o axiológico que legal.
Al margen de los méritos literarios o jurídicos de cada frase, lo más probable es que la trascendencia de las personas y las circunstancias implicadas es la que ha determinado el impacto retórico de cada pensamiento, concepto o expresión. El enunciado “la Historia me absolverá” dicho en la apelación contra una multa de tránsito se vería absurdo, si no directamente ridículo. La frase, para ser histórica, necesariamente exige un caso que también lo sea.
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