No es nada misterioso. Como el personaje de Molière que no sabía que hablaba en prosa, nosotros estamos rodeados de diácopes y, más aún, las usamos todo el tiempo, pero tampoco sabemos que lo estamos haciendo, que ellas existen, ni qué son.
Por ejemplo, es una diácope la emblemática expresión “Aguante corazón, aguante” que repite el relator Rodolfo De Paoli para emocionarnos con oportunidades perdidas o desgracias sufridas en los partidos de fútbol. También hay una diácope en el llamado del vendedor de barquillos en la playa cuando exhorta “Llorá, nene, llorá”. O en el “Sauna, caballero, sauna” con el que un portero, cómplice, invita a los transeúntes a ingresar a un lugar non sancto. Otro ejemplo, esta vez más introspectivo: “En tiempos como estos, es un consuelo saber que siempre han existido tiempos como estos”.
¿Qué es una diácope?
La palabra proviene del griego “diakope”, más específicamente “dia” (a través de) y “kope” (corte). Literalmente, significa “corte a través de”. Y eso es exactamente lo que hace esta figura retórica: consiste en repetir una palabra o frase, separada por una o más palabras intermedias.
Sobran los ejemplos. En la literatura clásica: “Ser o no ser” (o, del mismo autor: “Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo”). En la vida cotidiana: “Hogar dulce hogar”. En la música popular: “Tú, solo tú”.
La diácope interrumpe el flujo previsible del lenguaje y capta la atención del oyente o lector. La repetición inicial genera énfasis; la interrupción intermedia rompe la cadencia y provoca un efecto de sorpresa o refuerzo. Es como un pequeño bache en el camino: un ligero sobresalto que obliga a redoblar la atención.
Comparación con otras figuras retóricas
La diácope comparte con otras figuras la repetición, aunque se distingue por su estructura. Por ejemplo, la anáfora repite una palabra o frase al inicio de cláusulas sucesivas. Así ocurre en el famoso discurso de Churchill ante el Parlamento británico (1940): “Pelearemos en Francia, pelearemos en los mares y los océanos, pelearemos cada vez con mayor confianza y fuerza en el aire. Pelearemos en las playas, en los lugares de desembarco, en los campos y en las calles; pelearemos en las montañas; no nos rendiremos jamás”. O Néstor Kirchner en un discurso de campaña de 2003: “Quiero el orden del trabajo, quiero el orden de la esperanza, quiero el orden de la convivencia, quiero el orden cristiano de amor”.
En algunos casos, la diácope se combina con la anáfora y el paralelismo, como sucede con la famosa frase de Lincoln: “Gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”. Aquí se repite la palabra “pueblo” y se intercalan las preposiciones “de”, “por” y “para”.
Por supuesto, la diácope también puede ser utilizada en el discurso político, como lo hizo Cristina Fernández de Kirchner en Parque Norte (2008): “Yo les pido, humildemente, como Presidenta de todos los argentinos y en nombre de todos los argentinos, que levanten el paro para entonces sí dialogar, levanten el paro”. Veamos: “levanten el paro/para entonces sí dialogar/levanten el paro”.
Tipos de diácope
Existen tres tipos de diácope, aunque la distinción entre ellos no siempre es tajante:
La diácope extendida es la repetición de una palabra o frase, como “Romeo, Romeo, ¿por qué eres Romeo” o la presentación del célebre espía de Ian Fleming: “Bond, James Bond”.
La diácope elaborada, ampliada o también intensiva, es más trabajada, y tiene una estructura más compleja: “El acusado sabía lo que estaba haciendo; no se trató de error, omisión, descuido o ignorancia; sabía exactamente lo que estaba haciendo”.
La diácope vocativa intercala una apelación directa al interlocutor: “Usted lo sabía, señor presidente, usted lo sabía muy bien”; “Fue un error, doctor, un error imperdonable”; “La ley es clara, Su Señoría, la ley es muy clara”. El vocativo interpela, rompiendo la neutralidad del discurso.
La diácope en el discurso jurídico
En el ámbito legal la diácope, por la repetición, opera para destacar la importancia del mensaje, facilitar su memorización e intensificar su carga emocional o persuasiva.
Así lo hizo el célebre abogado americano Clarence Darrow en el caso “Leopold y Loeb” (1924), donde fueron juzgados dos jóvenes de familia acomodada que habían asesinado a un chico de 14 años solamente para demostrar que podían cometer el crimen perfecto. Los acusados habían admitido su responsabilidad, de modo que Darrow solo perseguía que no se les aplicara la pena capital. Dirigiéndose al juez, le dijo: “Ud. puede colgar a estos muchachos, Ud. puede colgarlos del pescuezo hasta que estén muertos”. Con esta diácope, donde repetía “Ud. puede colgarlos” e introducía la frase intermedia “a estos muchachos” (más el remate “por el pescuezo hasta que estén muertos”), Darrow enfrentó al magistrado, sin abstracciones o circunloquios, con la realidad brutal e irreversible de la pena de muerte.
Las repeticiones no tienen que ser exactamente simétricas, ni tampoco deben serlo las interrupciones. En otro caso del mismo Darrow, ante una comisión designada por el presidente Theodore Roosevelt para resolver la huelga de los trabajadores del carbón de 1902 (no era estrictamente un juicio, sino una especie de mediación), este abogado, que representaba al sindicato de mineros, utilizó dos diácopes en una misma oración: “Aquí vienen [los trabajadores] con brazos rotos, caras desfiguradas, y piernas rotas; con un ojo, y sin ningún ojo”. Primero: “brazos rotos/caras desfiguradas/piernas rotas”; luego: “un ojo/ningún ojo”.
Por supuesto, la diácope tiene más visibilidad (o, más precisamente, sonoridad) en los juicios orales que en los procesos escritos, y en éstos, además, es más probable su uso por los jueces en sus sentencias que por los abogados en sus alegatos. Pero aun cuando tiene mayor impacto en el juicio oral, la diácope también puede ser utilizada con eficacia en los escritos judiciales. De hecho, es una forma de enfatizar sin emplear recursos gráficos, como mayúsculas, subrayados, cursivas, negritas o signos de exclamación, los cuales, si se abusa de ellos, pueden perder fuerza o resultar poco profesionales.
Aplicaciones específicas en los textos jurídicos
La diácope puede cumplir diversas funciones retóricas útiles en la redacción legal:
- Reformular el encuadre legal o axiológico de un caso: “Este es un caso de desprecio por la vida ajena, no mero descuido, sino claro desprecio por la vida ajena”; “Habían prometido reforma, pero trajeron corrupción, muchísima más corrupción”; “Justicia lenta no es justicia”.
- Enfatizar un punto clave: “La prueba, la innegable y evidente prueba, demuestra su culpa”.
- Matizar o precisar una afirmación: “La actora obró con prudencia, con la debida prudencia”; “Prometió cumplir, incluso firmó un contrato, siempre prometió cumplir”.
- Transmitir una sensación de urgencia: “Este tribunal, este honorable tribunal, debe remediar esta injusticia”.
- Crear una cadencia persuasiva y memorable: “El acusado conocía, por supuesto que conocía, el riesgo que implicaba su accionar”.
En todos estos casos, la diácope llama la atención, afina la puntería, y facilita la memorización. Es una figura de alto valor retórico, sutil pero potente, que vale la pena incorporar con más frecuencia en la redacción jurídica. Porque una frase repetida, incluso una frase repetida discretamente, queda grabada en el lector.
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