Ya el 10 de diciembre de 2023 se planteó el primer conflicto ideológico entre la administración saliente y la entrante fue terminológico y versó sobre el género de una palabra: si era correcto el término “vicepresidente” o “vicepresidenta”. Así lo refleja el siguiente intercambio entre Cristina Fernández de Kirchner y Victoria Villarruel en la ceremonia de asunción:
- CFK: -A continuación, presta juramento la vicepresidenta de la Nación.
- VV: -Yo, Victoria Eugenia Villarruel, juro por Dios y la Patria y sobre estos Santos Evangelios desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de vicepresidente de la Nación Argentina (…).
- CFK: -A continuación, queda a cargo de la presidencia de la Asamblea Legislativa la nueva vicepresidenta de la Nación Argentina.
Más aún, poco tiempo más tarde, en marzo de 2024 la Subsecretaría de Vocería y Comunicación de Gobierno distribuyó una guía de redacción y estilo, donde consignaba, entre otras cuestiones, que no se debía utilizar los términos “vicepresidenta” ni “concejala”.
¿Quién tiene razón? ¿Si la vicepresidencia la ejerce una mujer, hay que referirse a ella como “vicepresidente” o “vicepresidenta”?
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Que un término sea correcto o no depende, primero de su adopción, luego de su aceptación generalizada, y finalmente de una especie de “bendición” impartida por la Real Academia Española. Y como la incorporación de las mujeres a la primera magistratura de la Nación demoró bastante tiempo, es comprensible que resultara extraño referirse a ellas como “presidenta” (o, lo que para el caso es igual, como “vicepresidenta”).
La primera candidata a presidenta en Argentina fue Angélica Mendoza, por el Partido Comunista Obrero, en las elecciones del 1º de abril de 1928. La primera candidata a vicepresidenta fue Alcira de la Peña, por el Partido Comunista, en las elecciones del 11 de noviembre de 1951, quien recibió el 0,95% de los votos. Le siguió Ana Zaefferer de Goyeneche, candidata a vice por el Partido Cívico Independiente en las elecciones del 23 de febrero de 1958 (0,48% de los votos). La tercera fue Nora Ciapponi, del Partido Socialista de los Trabajadores, en las elecciones del 11 de marzo de 1973 (0,62%). La cuarta fue la vencida: en las elecciones presidenciales del 23 de septiembre de 1973 la fórmula integrada por María Estela Martínez de Perón como candidata vicepresidencial sacó el 61,86% de los votos.
Las propias boletas electorales reflejan la incertidumbre gramatical. En las elecciones de 1973, María Estela Martínez de Perón figuraba como “candidato a vicepresidente de la Nación”; sí, “candidato” y “vicepresidente”. En cambio, en las elecciones presidenciales del 27 de octubre de 2019 la boleta del Frente de Todos aludía a “Candidatos a presidente y vicepresidenta de la Nación”, con el masculino genérico para los dos postulantes y la indicación del género femenino para la aspirante a la vicepresidencia.
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Aunque no tan controversiales y tensas, dudas similares se plantearon en el ámbito jurídico con los términos “abogada” y “jueza”, y ahí también porque las mujeres tardaron en acceder a esos grados y cargos. La primera abogada se matriculó recién en 1910, en la provincia de Buenos Aires: fue María Angélica Barreda (1887-1963), y debió recurrir a la Suprema Corte de la provincia para ser autorizada a inscribirse y jurar como tal. Ese mismo año Celia Tapias (1885-1964) egresó como la primera abogada de la Facultad de Derecho de la UBA. Mucho más tarde, en 1957, fue designada la primera jueza, la Dra. María Anastasi de Walger, quien luego fue camarista hasta 1976. La primera mujer en acceder a la Corte Suprema de Justicia de la Nación fue la Dra. Margarita Argúas, entre 1970 y 1973.
El Diccionario Panhispánico de Dudas, acepta el término “juez” aplicado como común en cuanto al género (el juez, la juez), pero también consigna que se ha aceptado el femenino específico “jueza”, que desde hace años es el habitual entre nosotros. En cambio, el empleo del término “abogado” como sustantivo común para ambos géneros hoy no existe en Argentina: aquí aceptamos “m’hijo el dotor” pero no “m’hija el abogado”.
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¿Qué nos dice sobre la batalla entre “la vicepresidente” y “la vicepresidenta” la Real Academia Española, nuestro oráculo final en estas cuestiones? La función de la RAE no es fijar normas e imponerlas manu militari, sino recoger la constante evolución del habla castellana y en lo posible encuadrarla dentro de las reglas existentes para que la lengua no se transforme en una babel. La Academia es clara y en el mismo Diccionario Panhispánico de Dudas nos responde que “el uso mayoritario ha consolidado ya hoy el femenino específico presidenta, documentado en español desde finales del siglo XV y único que se recomienda usar en la actualidad”. Como es obvio, lo que se predica para la presidenta vale también para la vice.
Sin llegar al siglo XV, nuestra historia nacional corrobora el antiguo uso del término “presidenta”, en una fuente tan insospechada de wokismo (y, antes bien, detestada por nuestros progresistas contemporáneos) como Bernardino Rivadavia y las damas que integraron la Sociedad de Beneficencia que él creó mediante decreto del 2 de enero de 1823. Unas semanas más tarde y sin hacerse problema por las cuestiones de género, el 18 de febrero Rivadavia emitió otro decreto, organizando la nueva entidad y confiando la administración y ejecución de sus obras a un Consejo compuesto, entre otras damas, por la presidenta… y la vicepresidenta (arts. 2 y 3). Y, más aún, el día siguiente, en un instrumento firmado de puño y letra nombró como primera presidenta a doña Mercedes Lazala y como vicepresidenta a doña María Cabrera; sí, ambos cargos con la “a” final.
Primeras integrantes de la Sociedad de Beneficencia (1823) – Archivo de la Academia Nacional de Historia https://archivo.anh.org.ar/uploads/r/null/c/e/2/ce26e25b4058e70b9c8b08020e710d8e2c2b1234f494d8a2cc1a6d361ef01a3c/AR-ANH-DIR-2.jpg
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